Este poema pertenece al poemario El Color de la Fiebre
El poemario se divide en seis partes; ésta es la primera.
I
Hoy, no sé
acaso sea el tiempo
que anda desmedido.
Acaso la pupila,
hondísima de noche.
O acaso la nostalgia...
que sube hasta la boca,
y en una mueca corva se queda la mañana.
Y es Junio y no florece la luz en los jazmines.
Y busco una rendija
de azul entre los olmos.
Y un copo de azucena
desprendido del sueño.
Y una oración acaso,
y un aldabón que grite
el silencio dormido;
dormido junto al beso
infinito de noches.
Y vuelvo por la izquierda
arañando la sangre.
II
Y cuántas alas rotas,
cuántas hoces.
Y apenas la nevada....
Y el viento loco.
Y la ladera
apenas ascendida....
Y hambre arriba el corazón,
y vuelvo la cabeza
y templo la verdad...
Y tiro porla vida,
para eso están los dientes.
¿Y dónde la meseta?
¿Por qué este pensamiento vertical?
Si duerme el sueño en la palma de los ojos.
Y una alondra de luz
se posa en la ventana.
Y apenas un albor
y crece el río...
III
Hoy, he pasado por el Aula Triste
para llenar de pámpanos la aurora.
Y he bebido la sed
de unos folios en blanco.
Y, ¡velay!, ebrio de pasos
el corazón me cita.
Esta noche sorprenderé a la luna
recostada en un saco
de cartas para el Cielo.
Y ¡ay! una sonrisa
se vuela de unos ojos
que cruzan el umbral
y me han reconocido.
Y siento las campanas
de Villamor
que lloran.
Y me llega un olor a tierra removida,
y siento una caricia rota...
... se me ha caído de los ojos...
IV
Y he deslindado un campo de amapolas
porque tengo el Amor en duermevela
otra vez hambreando la locura
en un bancal de cardos.
Ayer ha derrapado
por un lindón la tarde
y hay noche todavía
colgada en los espinos.
Y me duele,
pues claro que me duele.
Y el vuelo de una estrella,
y el volcán desterrado,
y el mar cuando se sale
a morir a la orilla.
Pues claro que me duelen...
y esos ojitos de hambre
comidos por la pena.
Y claro que me duelen...
y no encuentro las lágrimas...
V
... Y un autocar de sueños...
y ayer, balcón sin alas...
... Y el aire,
un solo de tristeza....
¿Quién destempló la lira?
¿Quién les soltó la mano?
Hoy me duele el pensamiento
... y ando...
Y los pájaros picotean las ortigas
mientras se borra la tarde.
Y el pozo hondo.
Y el huerto soñando pupilas,
y el agua ciega.
Y el corazón
acaso sin saberlo,
el corazón cantando
espera.
VI
... Y en el camino de regreso a casa
han crecido los pasos.
Y las estrellas siguen colgadas de la noche.
Bajo la piel azul
entro en el sueño
por el fanal del alma.
Y he llegado hasta tí,
violeta en los ojos
para no despertarte.
Y he encendido la fuente
por si llega la sed
a llamar a tu boca.
Y he apurado la sombra
quebrada de la luna.
¡Apenas nube para calmar el corazón!
¿Recordaré mañana
tanto mar a la orilla?
¿Lamerá las heridas
esta lengua de fuego?
Tal vez ayer,
- acaso apenas alba -,
esté a la pueta
para coger mi mano...
Desde la ausencia... Desde la pérdida... Este dolor hecho verso es como simiente que florece en mi lectura. De soledad a soledad, que se reconoce una en la otra y se acogen ambas.
ResponderEliminarUn bello y hondo poemario, José Antonio. Y tu voz me sigue sonando...
Marina, me alegro que hayas llegado hasta este mi campo de versos donde labro la amistad, para que mi voz siga sonando más allá del Sarmiento, más allá de mis labios.Te agradezco las palabras emotivas para con El color de la fiebre.Un beso.
ResponderEliminarApenas un albor, José Antoio, pero tan lucido, bello y consciente que las metáforas salen al encuentro de tu verbo con alma. Lo demás es leerte para poner la tarde en duermevela. Me ha gustado mucho este latido de sentimientos desde el color transparente de la ausencia. Velay, qué ayunos de emoción guarda el poeta.
ResponderEliminarUn abrazo