domingo, 13 de junio de 2010

Y APENAS UN ALBOR...

Este poema pertenece al poemario El Color de la Fiebre

El poemario se divide en seis partes; ésta es la primera.


I

Hoy, no sé
                 acaso sea el tiempo
                 que anda desmedido.
Acaso la pupila,
                        hondísima de noche.
O acaso la nostalgia...
                                   que sube hasta la boca,
y en una mueca corva se queda la mañana.

Y es Junio y no florece la luz en los jazmines.
Y busco una rendija
                                de azul entre los olmos.
Y un copo de azucena
                                   desprendido del sueño.
Y una oración acaso,
y un aldabón que grite
                                  el silencio dormido;
dormido junto al beso
                                  infinito de noches.
Y vuelvo por la izquierda
                                       arañando la sangre.




II


Y cuántas alas rotas,
                                cuántas hoces.
Y apenas la nevada....
Y el viento loco.
Y la ladera
                   apenas ascendida....
Y hambre arriba el corazón,
y vuelvo la cabeza
                             y templo la verdad...
Y tiro porla vida,
                           para eso están los dientes.

¿Y dónde la meseta?
¿Por qué este pensamiento vertical?
Si duerme el sueño en la palma de los ojos.
Y una alondra de luz
                                 se posa en la ventana.
Y apenas un albor
                             y crece el río...



III



Hoy, he pasado por el Aula Triste
para llenar de pámpanos la aurora.
Y he bebido la sed
                              de unos folios en blanco.
Y, ¡velay!, ebrio de pasos
                                         el corazón me cita.

Esta noche sorprenderé a la luna
recostada en un saco   
                                 de cartas para el Cielo.

Y ¡ay! una sonrisa
se vuela de unos ojos
que cruzan el umbral
y me han reconocido.
Y siento las campanas 
de Villamor
                   que lloran.
Y me llega un olor a tierra removida,
y siento una caricia rota...
... se me ha caído de los ojos...



IV



Y he deslindado un campo de amapolas
porque tengo el Amor en duermevela
otra vez hambreando la locura
en un bancal de cardos.


Ayer ha derrapado
                              por un lindón la tarde
y hay noche todavía
                              colgada en los espinos.
Y me duele, 
                    pues claro que me duele.
Y el vuelo de una estrella,
y el volcán desterrado,
y el mar cuando se sale
a morir a la orilla.
Pues claro que me duelen...
y esos ojitos de hambre
                                    comidos por la pena.
Y claro que me duelen...
                                      y no encuentro las lágrimas...



V



... Y un autocar de sueños...
y ayer, balcón sin alas...
... Y el aire,
                  un solo de tristeza....
¿Quién destempló la lira?
¿Quién les soltó la mano?


Hoy me duele el pensamiento
                                              ... y ando...


Y los pájaros picotean las ortigas
mientras se borra la tarde.
                                        Y el pozo hondo.
                                        Y el huerto soñando pupilas,
                                                                      y el agua ciega.
Y el corazón
acaso sin saberlo,
                          el corazón cantando
                                                         espera.



VI


... Y en el camino de regreso a casa
han crecido los pasos.
Y las estrellas siguen colgadas de la noche.
Bajo la piel azul
                           entro en el sueño
por el fanal del alma.
Y he llegado hasta tí,
violeta en los ojos
                            para no despertarte.
Y he encendido la fuente
por si llega la sed
                          a llamar a tu boca.
Y he apurado la sombra
                                     quebrada de la luna.
¡Apenas nube para calmar el corazón!
¿Recordaré mañana
                                tanto mar a la orilla?
¿Lamerá las heridas 
                                esta lengua de fuego?
Tal vez ayer, 
                   - acaso apenas alba -,
                                                       esté a la pueta
para coger mi mano...

viernes, 11 de junio de 2010

Presentación del poemario "EL COLOR DE LA FIEBRE"

Presentación del poemario  "EL COLOR DE LA FIEBRE" de José Antonio Valle Alonso, por el también poeta Santiago Redondo Vega en las veladas poéticas "Viernes del Sarmiento", Valladolid.


José Antonio Valle Alonso poco antes de la lectura de su poemario "El color de la fiebre"

Queridos amigos, muy buenas tardes a todos.
Sabe a humedad de otoño este cuasi verano de la tarde vallisoletana adoleciendo de la luz innata y de los soles que incriminan las calles y los parques, incordiándolos de juventud y guiños.
Pero sabe también –seguro- que hoy es viernes, tarde de viernes, acopio necesario de sarmientos, y le cumple el acomodo de guarecerse al amparo de los versos y mojarse con agua de metáforas, al menos la mitad de la sed que le cabe en los bolsillos.
Por eso los grupos poéticos Sarmiento y Juan de Baños, con el patrocinio de la Obra Cultural del Banco Bilbao-Vizcaya Argentaria, tienen el placer de darles la bienvenida una tarde más a este recinto de amistad y versos.
Y se complace, éste que les habla, en presentarles al poeta que hoy nos llenará la tarde con la voz amplia y generosa de quien tiene a la poesía por amiga: José Antonio Valle Alonso con su Poemario: “El Color de la Fiebre”.
José Antonio Valle Alonso nació en Villamor de los Escuderos, provincia de Zamora, y como buen castellano le apremió pronto la vena viajera y se acomodó por trabajo y sin saberlo de antemano –nada menos- que en el París del 68, como testigo privilegiado de aquéllas tendencias que adjetivaron después generaciones enteras y que llegaron a marcar toda una época. Allí se hermanó con la poesía de aquí, y desde allí vivió el aquí con el ojo crítico de discernirlo todo.
Regresó, al cabo de unos años, más serio y más maduro, pero igual de comprometido con la lírica y con la emoción de la palabra.
Aquí se abrió de pleno al mundo poético de la mano de Andrés Quintanilla Buey –amigo y compañero de versos- y desde entonces ha cosechado en su amplia andadura gran número de premios literarios entre los que cabe destacar:
- Premio Nacional de Poesía Mañanas de la Biblioteca de la Casa Cervantes, en los años 1992, 1993, 1995, 1996 y 1998.
- Premio Nacional de Poesía Sarmiento en los años 1997 y 1999.
- Botijo de Oro de las Justas Poéticas de Dueñas (Palencia), en 2002 y Botijo de Plata y Botijo de Barro, en años anteriores.
- Premio Internacional en las Justas Poéticas de Laguna de Duero (Valladolid) en 1999.
- Premio Nacional Raimundo Escribano de la Casa de Castilla La Mancha en Alicante, año 2000.
- Medalla Juan de Baños en 2002.
- Segundo Premio del Certamen Nacional Poético San Antonio de Padua en Puertollano (Ciudad Real) en 2003.
- Premio Nacional de Poesía Jorge Manrique en 2004.
- Premio Nacional de Poesía Nicomedes Sanz y Ruiz de la Peña, Ateneo de Valladolid en 2005.

Y tiene publicados hasta el momento 7 libros de poesía:
En su estancia en París publicó “Luz y tinieblas” en 1976 y “Marchito rosal” en 1979.
Y ya en Valladolid: “La Soledad” en 1987, “Hacia la luz desnuda” en 1994, “Primavera íntima” en 1997, “Bajo el puente de Cronos”, en 1999, y “La espiral del sueño” en 2006.

La poesía no es un acto voluntario, no. Nunca es pretensión del hombre, ni es patrimonio de quien adrede la busca, sino de quien a pesar de no buscarla, cualquier día o cualquier soledad, la encuentra. O le encuentra la poesía a él, que es más correcto. Porque la poesía se manifiesta dónde y cuándo quiere, camina por sus propios derroteros y se inmiscuye, sin preguntarnos nunca, en el hemisferio lírico que en cada ser humano sueña o se adormece. Y una vez dentro, si la agrada el lugar, se queda allí a vivir hasta infectarnos con su mordedura corva y sin antídoto.
Signos evidentes de esa mordedura corva y sin antídoto los muestra José Antonio Valle en la yugular poética de su sensibilidad para el trato con la palabra. Infectado desde niño por ese virus latente, no pudo sino manifestársele de adulto en eclosión visceral por toda el alma, hasta declararle enfebrecido de poesía, sin cura ya, sin remedio.
Habla José Antonio Valle con la pausada voz poética que siembra de imágenes sonoras la naturaleza de los sentimientos. Los respiga, los trilla, los aventa y los muele hasta hacerlos pan de lírica, alimento de versos.
Sabe José Antonio convivir con las palabras, quererlas, respetarlas, acomodarlas al verso que en cada diferente estado de ánimo se apropian del poeta y de sus mundos. Y en verso rimado, blanco o libre, aprende a convivir con sus mágicas victorias o las enluta con la piel de sus derrotas.
El color de la fiebre es un poemario dividido en seis partes, en seis estaciones o seis apeaderos, en donde el poeta echa pie a tierra para reflexionar sobre la propia existencia, buscando en cada andén figurado el bagaje de cada momento o de cada circunstancia, la que permanece anclada en el mar de la retina cuando la marea del color nos huye.
Hoy nos viene a dibujar con su poética, ese color literario que le inocula la fiebre imprescindible que le asiste.
Y en sus manos les dejo ya, en sus versos y en su voz, en su amistad y en su nombre, con la certeza de que pondrá todo su corazón para hacernos pasar una hermosa tarde de junio.
Sin más preámbulos, cedo la palabra a José Antonio Valle Alonso y a su poemario “El Color de la Fiebre”, a quienes tenemos el gusto de recibir con un cálido aplauso de bienvenida.
Muchas gracias.

Santiago Redondo Vega



Fotografía tomada de El Norte de Castilla

Gracias Santiago, - querido amigo y compañero en estas veladas literarias -, por tus palabras de amistad, palabras certeras para conmigo y mi poética. Llenando de bellas imágenes el preludio de "El color de la fiebre". Gracias otra vez y siempre, querido amigo.

El libro que presento hoy, "El color de la fiebre", es un poemario de reflexión sobre la propia existencia, al paso de cada día, llegando hasta el principio de la memoria, haciendo el bagaje especial de los sentimientos de cada momento, de cada circunstancia.
Estos momentos que arraigan más en los adentros del alma, y terminan floreciendo en la retina del amor genérico, al abrigo de la palabra hecha poesía.
Digo, circunstancia que a veces remueve todas las entrañas, y te encuentras en cualquier parte del camino ya andado, y te traes al presente con los ojos de ayer viendo pasar la vida. Fiebre del color del estado de ánimo. Iris del amor en toda su extensión.