Del poemario "El color de la fiebre"
ELLA
I
Vestida toda de negro,
de negro hasta la mirada.
Por el camino a la sombra,
¿no la veis cómo se avanza?
Envuelta con un pañuelo
lleva escondida la cara,
-negro- cual de negro toda
vestida, casi apagada.
Y va cargada de sueño,
apoyada en la nostalgia.
No tiene a que se le vea
de tanto dolor sembrada;
que el arado de los años
endurecido surcara.
A veces se para y piensa:
“¿Adónde van mis andadas?”
Va llena de soledad
y en el pecho lleva en llagas
el bien que a siempre perdió:
Soledad acompañada.
Y ya sus ojos no lloran,
ya no le quedan más lágrimas.
También el lloro perdió,
nadie puede consolarla.
II
Va abrazada de su ayer,
su vida ya trasnochada,
y con ella va su mundo
sin presente y sin mañana.
Va contando sus memorias
que ya se le acercan raras.
Va columpiando su cuerpo,
¡que no, derecha no marcha!.
Parece cual si sus brazos
la llevaran abrazada.
Se va con su vida llena
de vacíos en el alma;
¡su vida!, que a cada paso
se esfuerza por levantarla.
Apenas ya se divisa
en las sombras –negras sábanas-,
y yo me quedo sembrando
lágrimas con la mirada.
Confundidas imagino
dos noches en una cama,
dos abrazos en un cuerpo,
y una niña en una anciana.
III
Hay un ¡ay! que el viento rompe,
lamento que se desgaja
de unos labios que han sellado
de silencio las palabras:
palabras que el eco duerme
perdido ya en la distancia.
Hay un paseo olvidado
donde fuera su morada,
cubierto de zarzamoras
nacidas entre las tapias;
rizadas en las mimbreras
que pueblan hasta hontana
donde saciaran su sed
las primeras alboradas,
cuando buscaba azucenas
en las primaveras blancas.
Y se vestía de flores
el valle . Trenzó guirnaldas
y jugó con margaritas
el amor a cruz o cara.
¡Color de pozo sin fondo
el fondo de su mirada!
IV
El arroyo corre y corre,
aquel donde se peinara;
donde vio pasar la vida,
donde enjuagaba sus lágrimas,
donde las mejillas nieve
se tornaban encarnadas.
Donde se soñó amapola
en un trigal de esperanzas.
Tal vez el arroyo aquel,
tal vez la guarde en sus aguas
al paso por los tapiales
donde buscó rosas blancas,
donde la copió, celoso
del paso que la rondaba.
¡Aquella niña de sueños
color de cielo y con alas,
aquella niña morena
que se ha vestido enlutada!
¿O a lo mejor es el Duero?
¡Ay Duero! ¿ Por qué te callas?
¡Si la copiaste hecho lirio
hendido en las espadañas!
V
No me la lleves al mar,
que nunca más regresara;
que sólo sabe el camino
de agua dulce enamorada.
Déjamela en la meseta,
en las márgenes doradas
por el sol de mediodía,
entre tomillos y jaras;
en estos páramos mares,
de estas tierras castellanas
donde amor se multiplica
al calor de la solana.
Y cuando el invierno arrecie
y tienda un manto de escarcha,
nunca falte una avecilla
que extienda al cielo sus alas.
¡Déjamela en estos llanos
que en oración se levantan!
Y soñando primaveras
tal vez la sorprenda el alba.
VI
¡Déjame sus penas todas,
que ya no puede cargarlas,
que se ha parado el reloj,
ay que la noche no pasa,
ay que se queda dormida,
ay que se me ha roto el alma!
¡Ay que lleva mucho, mucho,
mucho ayer abandonada!
¡Ay que de la noche he vuelto
a su camino a guardarla!
¡Que nadie me la detenga,
que nadie a su paso salga!
Que si de sueño se cae,
yo le serviré de almohada.
Y si no puede seguir,
yo le prestaré mis alas,
y en el hueco de mi noche
mullida su cama aguarda.
¿No la conocéis? ¡Silencio!
¡Silencio! ¡Sólo miradla!
Y comprenderéis quien es
viéndola toda enlutada.
VII
Ya toda entera hecha sueño.
¿Es que no veis cuando pasa?
¡Ay que ha dejado el camino
marcado de sus andadas!
¡Dejadla, no la turbéis!
¡No la despertéis, dejadla!
Que esta noche es mucha noche;
sueña con sus rosas blancas.
Y yo sueño con palomas
que van volando distancias
para llevarle el romance
que estoy versando con lágrimas.
Esta vez me quedo solo,
está anocheciendo el alma;
me voy a quedar dormido
a ver si puedo alcanzarla.
Es mi… ¡silencio, silencio!
¡silencio, silencio, calla!